
Trump Promete “Liberar” Washington del Crimen… Y Despliega la Guardia Nacional para Esconder su Déficit de Credibilidad
- Trump convierte la seguridad de Washington en un escenario de campaña con uniforme militar incluido.
- Más que contra el crimen, su guerra es contra el vacío creciente de su propia credibilidad.

Donald Trump ha vuelto a prometer “liberar” Washington del crimen, como si fuera una especie de sheriff interdimensional que llega desde un universo alternativo donde la verdad se mide en decibelios y las promesas en número de tuits. Esta vez, la receta mágica incluye desplegar a la Guardia Nacional, no para proteger a los ciudadanos, sino para blindar su propia narrativa: que la ciudad es un caos total y solo él puede salvarla. El problema es que, en esta historia, el caos lo trae él mismo, como esos médicos de series baratas que diagnostican al paciente solo para venderle el remedio.
El crimen en Washington existe, por supuesto, como en cualquier capital del planeta. Pero Trump lo describe como si uno no pudiera cruzar la calle sin ser asaltado por un cuervo armado y dos mapaches con antecedentes penales. Es el viejo truco de inflar la amenaza hasta que la única respuesta posible parezca un acto de fuerza militar. Su discurso no es una propuesta, es un tráiler de película de acción barata: mucho ruido, mucho disparo al aire, y al final, una bandera ondeando detrás de su peinado blindado.
Lo irónico —aunque aquí no hay mucho de gracioso— es que en su propio mandato, las estadísticas de criminalidad no sufrieron milagrosas reducciones; de hecho, muchos índices empeoraron. Pero la memoria selectiva de Trump funciona como un teleprompter defectuoso: solo muestra las líneas que le favorecen. Ahora quiere volver al poder montado sobre un tanque de titulares alarmistas, como si la política fuera un videojuego y él, el héroe pixelado que salva la ciudad, aunque para ello arrase media población.
El despliegue de la Guardia Nacional tiene un efecto secundario muy conveniente: convierte las calles en escenario de campaña. No es un operativo de seguridad, es un decorado electoral con uniformes reales. Es el equivalente político de ponerse gafas de sol para parecer más serio, pero con 10.000 soldados de fondo. El mensaje implícito es claro: “miren cuán peligrosa es la ciudad… y qué valiente soy yo por militarizarla”.
No nos engañemos: su batalla no es contra el crimen, es contra la percepción de que su palabra vale cada vez menos. Y como todo populista que teme ser olvidado, recurre a la escenografía del miedo. Porque el miedo, bien administrado, es la gasolina que alimenta su maquinaria política. Lo preocupante no es que use esa estrategia; lo preocupante es que todavía funcione con millones de votantes.
Si de verdad quisiera “liberar” Washington, empezaría por liberar la política estadounidense del secuestro emocional en el que él es el secuestrador. Pero eso implicaría renunciar a su papel favorito: el del héroe que se inventa el incendio para luego venderte el extintor.