

Yo no tengo máster, ni falta que me hace. No tengo títulos, pero tengo cicatrices. No he pisado Harvard, pero he pisado charcos de aceite en talleres que olían a sudor y gasolina. La juventud de hoy presume de cursos online y “soft skills”, mientras yo aprendí lo que es negociar un contrato discutiendo con un albañil rumano en pleno agosto a 42 grados.
Los chavales de ahora creen que saben de la vida porque han hecho un “voluntariado” en Portugal para plantar pinos y subirlo a Instagram. No aguantan un jefe gritándoles, no saben usar un destornillador de estrella, y se derrumban si la impresora no tiene wifi.
La universidad de la vida no tiene becas
En mi época, si querías comer, trabajabas. Si querías aprender, preguntabas. Y si te equivocabas, te caía una bronca que te dejaba tiritando. Ese era el máster: el miedo a que el encargado te tirara la caja de herramientas a la cabeza.
Ahora, en cambio, los chavalitos salen de la universidad con un título de “Gestión de Recursos Digitales” y creen que eso les da derecho a un sueldo de 3.000 euros, teletrabajo y viernes de “afterwork”. No saben lo que es currar. Su jornada empieza a las 10, con café latte en vaso compostable, y acaba a las 3 para ir al gimnasio a “desconectar”.
Yo aprendí de verdad, no de PowerPoint
La calle me enseñó más que cualquier profesor de corbata. Me enseñó a detectar mentirosos por cómo te miran. A arreglar un coche con un alambre. A negociar un pago atrasado sin que te tiemble la voz. Me enseñó a no fiarme de nadie que lleve zapatos sin una mancha.
La universidad te da teoría; la calle te da reflejos. Un chaval con máster sabe citar a Drucker, pero no sabe evitar que le roben la cartera en el metro. Yo sí.
Lo que les espera
Estos jóvenes creen que la vida es un campus universitario: todo limpio, todo ordenado, todo protegido. Les auguro un ataque de ansiedad el día que tengan que pedir un crédito y el del banco les diga que no, sin emoticonos, sin feedback constructivo, sin “te mando un correo con recursos para mejorar”.
En la calle, no hay tutorías. Hay broncas. No hay “zona segura”. Hay bares. No hay notas. Hay hostias. Y se aprenden más lecciones de una hostia bien dada que de 200 tiktoks.
Así que sí, chaval, tú con tu máster y yo con mi calle. Tú sabrás de teoría, pero yo sé de vida. Cuando necesites resolver un problema que no esté en Google, búscame. Estaré en el bar de la esquina, con mi café, leyendo el periódico y riéndome de tu LinkedIn.