El Mural Borrado de Banksy. Un Claro Ejemplo del Cancel Culture

  • Cuando borrar se convierte en el nuevo pintar: el día que el establishment borró más de lo que había dibujado
  • “Eliminar una obra de arte: ¿acto de restauración histórica o zarpazo autoritario a la libertad de expresión?

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Llegó un Banksy al muro del Tribunal Superior de Justicia de Londres, pintó una denuncia visual contundente: un juez, con toga y peluca tradicionales, golpeando con su mazo a un manifestante desarmado con una pancarta ensangrentad. Apenas apareció, lo cubrieron; al día siguiente lo borraron.

Y ahí está el problema: no se trata solo del mural, sino de lo que su eliminación dice sobre nosotros; sobre el poder, sobre el arte, sobre lo que toleramos decir con imágenes. Porque al borrar esa obra, el establishment inglés hizo algo peor que dejarla intacta: la validó. La hizo más poderosa de lo que ya era.

El borrado: acto más revelador que la pintura

El argumento del Servicio de Tribunales y Cortes (“HM Courts and Tribunals Service”) fue que el edificio es histórico (143 años), protegido, con “carácter patrimonial” que no puede alterarse arbitrariamente. Pero ese tipo de justificaciones ya no convencen cuando lo que está en juego es la libertad de expresión: ¿acaso la historia no incluye las críticas al poder judicial? ¿El arte no debería poder pulsar la herida para que duela y limpie?

Porque al callar al autor, al borrar su imagen, el mensaje se convierte en metáfora de lo que denuncia: el poder que silencia. Borrar un mural que crítica brutalidades –aunque no mencione nombres– es admitir que el silencio es más fácil que el debate.

Cancel culture: todos los extremos se besan en la censura

El movimiento que llamamos “cancel culture” no tiene bandera de izquierdas o derechas en este caso: el que borra, sea autoridad conservadora o progresista, hace lo mismo: censura. Aquí no importa si el juez pertenece al sistema que supuestamente defiendes; importa que el sistema reaccione borrando en lugar de responder, suprimiendo en lugar de argumentar, ocultando en lugar de exponer.

La ironía es cruel: quienes defienden que este mural sea borrado apelan al patrimonio, al orden, al decoro, al respeto al edificio histórico. Pero el resultado es decadencia: moral, simbólica, política. Porque el respeto al edificio no puede estar por encima del derecho a decir. Y si lo está, lo que respetas no es la cultura: es el miedo.

Quedan retratados

El establishment queda retratado como débil, como incapaz de sostener una crítica, convertido en actor de la supresión. Los ciudadanos, los aficionados al arte, los que creen en la palabra libre, quedan retratados también: en silencio, en indignación, en redes, en memes. Porque el borrado de Banksy ya no es un acto aislado: es la nueva ceremonia pública de la autocensura, del “no vaya a ser que…”.

Reflexión final

Al final, no importa si hablamos de un mural, de una idea, de una canción, de una comedia… Todos estamos ya con nuestras etiquetas, expuestos al juicio rápido, al “ya va, quita eso”, al borrado. Y no necesitamos etiquetas para cancelarnos mutuamente.

La libertad de expresión no es un lujo: es el escenario donde la crítica actúa. Si ese escenario se borra, lo que queda es oscuridad. Y el que ha borrado no ha borrado solo pintura, ha borrado una posibilidad de diálogo. Porque una sociedad libre no necesita custodios del decoro, necesita tolerancia al desorden, al grito, a la protesta.

Si borramos lo que nos incomoda —sea mural o idea— nos retratamos. Y ese retrato, les guste o no, ya está colgado en la pared de la historia.


Aviso: Somos sátira de lunes a domingo, pero en ocasiones aparcamos el gag para decir lo que pensamos. Disculpa si sentimos la necesidad de hablar claro sobre temas que nos parecen importantes; mitad contexto, mitad conciencia. Puedes estar en desacuerdo: opinar es un lujo y hoy nos tocó pagarlo a nosotros.


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