La Relación entre el Fascismo y las Mentiras en la Red

  • El nuevo fascismo no impone silencio, impone ruido
  • La mentira eficaz no necesita ser creída por todos, solo compartida por los suficientes.
  • El fascismo de hoy no se disfraza de héroe, se disfraza de víctima.

Sé Cómplice y Comparte Nuestras Mentiras


Para evitar confundirnos, conviene recordar que ningún poder absoluto comienza con su nombre en las puertas. En el fascismo clásico, las mentiras estructurales existían: propaganda estatal, culto al líder, revisionismo histórico. Pero en aquel entonces el criterio era: “te lo digo todo desde arriba, en pancartas, en discursos, en la escuela”.

Ahora el paradigma ha cambiado: el fascismo digital no impone una única mentira, sino una constelación de mentiras simultáneas —y a veces contradictorias— que funcionan como un enjambre que desconcierta al adversario, fatiga el intelecto y erosiona la confianza.

Es un fascismo fluido: no necesita que todos crean la misma falsedad, basta con que se dude de todo. Es como un virus que muta: no se fija en un solo antígeno, sino que genera tantas cepas que el sistema inmunológico social colapsa.

Este fascismo no aspira a imponer su versión de la historia con contundencia total, sino a que no haya una historia confiable compartida: que lo verosímil fluctúe, que la sospecha sea la norma y lo esperado. En ese horizonte, incluso las instituciones del conocimiento (medios, universidades, expertos) son puestas en sospecha o ridiculizadas.

Cómo el fascismo construye su poder mediante la mentira

Para ver de cerca cómo se construye esta maquinaria, podríamos desagregar algunas tácticas comunes, cada una con su dosis de cinismo:

  1. El “pueblo” frente a “las élites”. No es novedoso, pero sí eficaz: se vende una narrativa donde las élites son traidoras, corruptas, cómplices del orden global, mientras que el “pueblo” es puro, auténtico, resistente. Eso convierte la mentira en instrumento de regeneración romántica.
  2. Microsegmentación emocional. Gracias a los datos (big data, perfiles, cookies), se pueden lanzar mentiras específicas al grupo más sensible: los que temen la inseguridad, los que dudarían de las becas, los que se sienten despreciados. Así no hace falta seducir al público total, basta manipular nichos.
  3. Reducción narrativa. Conflictos complejos (desigualdad, crisis ecológica, migraciones, fallas institucionales) se resumen en discursos simples del tipo “ellos nos invaden”, “ellos nos roban”, “ellos conspiran”. La mentira no necesita cubrir todo, solo debe ser eficaz en su efecto simbólico.
  4. Desprestigio de lo verificado. Cuando alguien contradice la mentira con datos, se le etiqueta como elitista, “culturalmente parcializado”, “enemigo del pueblo”, “vendido”. De ese modo, la verdad se asocia con sesgo, mientras la falsedad reivindicada aparece como espontánea, natural, “lo que todos pensamos aunque no digamos”.
  5. La mentira como acto de resistencia. Paradójicamente, en el relato fascista moderno, mentir también se vende como rebeldía frente al “mainstream”, frente a los medios “oficiales” o “dominantes”. Se construye una estética de la mentira militante: “nosotros mentimos porque ellos callan o manipulan peor”.
  6. Refuerzo permanente. El sistema no es puntual, es constante: nuevas mentiras, mensajes cruzados, provocaciones, escándalos. La estrategia es que el ruido crezca hasta que lo estridente se convierta en normalidad.

¿Por qué el fascismo necesita mentir (y no basta con persuadir)?

Aquí está el núcleo de la interrogación: si el uso de la mentira es tan caro (dificultad de sostenerla, riesgo de contrapruebas), ¿por qué el fascismo digital se arriesga tanto?

  • Porque la mentira crea fricción cognitiva. Si algo no encaja, si se contradice, muchos prefieren desistir antes de investigar. Esa fatiga intelectual favorece al más audaz.
  • Porque la mentira divide y desarticula los consensos. No basta persuadir individualmente; hay que romper la idea de que hay un mundo compartido, común, racional.
  • Porque la mentira activa emociones extremas, y las emociones son el pegamento del fascismo: miedo, rabia, indignación, deseo de castigo.
  • Porque la mentira previene la vigilancia institucional. Si todo se vuelve sospechoso, nadie sabe de qué lado está la “versión oficial”, de modo que los mecanismos de control se paralizan.
  • Finalmente, porque la mentira invita a la escalada: una vez que ya nada es sagrado, da igual exagerar, distorsionar, provocar. El límite ético queda suspendido.

En esa lógica, la mentira no es un accesorio del poder: es su matriz. El fascismo del siglo XXI necesita mentiras como quien necesita aire: no para hacer ruido ocasional, sino para respirar, expandirse, sobrevivir.

¿Qué Hacemos con la Verdad?

Imaginemos que la verdad es un anciano ermitaño con hábito arrugado, sosteniendo un pergamino que dice “Datos verificables”. El fascismo digital es una horda de trolls con altavoces que lo acosan, gritan, le pintan grafitis falsos, le ponen cuernos de cartón y le repiten al oído: “¡No eres confiable! ¡Tú también mientes!” Al final, el anciano verdad huye, desorientado, y el troll colectivo impone su reino de espejos rotos.

Pero no nos engañemos: esa farsa colectiva es peligrosa precisamente cuando ejerce su poder sin que parezca impostura. Cuando la mentira deja de verse como tal y se naturaliza como “opinión” o “versión alternativa”.

Para desmontarla no basta retratarla con estadísticas (aunque convenga). Es necesario reconquistar el espacio de la verosimilitud compartida. Necesitamos que los ciudadanos vuelvan a pedir, exigir y valorar la coherencia, la humildad epistemológica, la duda legítima, la modestia del jurado ciudadano que dice: “No sé, investiguémoslo juntos”.

El fascismo no teme a los críticos que gritan. Le aterran los ciudadanos que reflexionan con pausa. Le odia el que pregunta. Le incomoda el que duda con criterio. Y por eso construye su imperio sobre mentiras. Porque solo en la penumbra de la falsedad puede instalar su reinado del miedo y la división. Y cuando esa penumbra se convierte en costumbre, el fascismo asoma los colmillos sin que muchos los vean.

Si queremos que vuelvan los zapatos de la verdad, ese proverbial caminar lento, pero constante, tenemos que despejar el camino de trolls, algoritmos y arquitectos del caos. Volver a creer que existe algo más que versiones enfrentadas: una realidad compartida, reconocible, que no dependa del like o el retuit para existir.

Al fin y al cabo, que el fascismo de la mentira nos subestime es la mejor ocasión para recordar que la mejor venganza siempre empieza diciendo: “Yo, al menos, dije la verdad”.


Aviso: Somos sátira de lunes a domingo, pero en ocasiones aparcamos el gag para decir lo que pensamos. Disculpa si sentimos la necesidad de hablar claro sobre temas que nos parecen importantes; mitad contexto, mitad conciencia. Puedes estar en desacuerdo: opinar es un lujo y hoy nos tocó pagarlo a nosotros.


Categorías:
  • Una Dosis de Realidad
  • Me Estoy Opinando Encima

¿QUE OPINAS DE NOSOTROS?


¿TE CAEMOS BIEN?
Deja un mensaje y dinos Cosas Bonitas