

Lo sabía yo desde hace tiempo: esos chicos del 3ºC, tan franceses, tan modernos, tan de revista… iban a acabar mal. Mucho vestirse igual para las fiestas de la comunidad, mucho presumir de “equipo unido” en las reuniones de vecinos, pero la confianza se pierde en un segundo. Y en el amor, como en la política, sin confianza no hay gobierno de la casa.
El rubito —al que yo llamo “Manolo Macramé” porque siempre está con sus chaquetas ajustadas— lleva meses mandando más de la cuenta. Decide él dónde se cena, qué cortinas poner, hasta quién baja la basura. Y claro, al otro, “Pedrito Babasú”, que era el que organizaba la nevera y apuntaba las cuentas en la pizarra, se le hincharon las narices.
La bronca se oyó desde mi mirilla:
—“¡Me has dejado sin apoyos!” —gritaba Pedrito.
—“¡Es que tus propuestas son inviables!” —respondía el rubito, con su tonito de sabelotodo.
Total, que Pedrito recogió cuatro camisas y dimitió del piso como quien dimite del gobierno.
Una pareja de moda rota por dentro
Ellos iban de la mano por el portal como si fueran portada de revista: el poder del amor, el futuro brillante, la pareja que lo tenía todo. Pero, mire usted, en cuanto salió el tema de la hipoteca, del reparto de facturas y de quién ocupaba más espacio en el armario, se acabó el cuento.
La situación es tal cual: uno quería ahorrar, recortar gastos y ajustar las cuentas (“hay que apretarse el cinturón”), mientras el otro quería seguir reformando, comprando muebles de diseño y gastando en cenas de sushi. Como si fueran ministros discutiendo un presupuesto, pero con pijamas de franela.
Y ahora, ¿qué?
Ahora el tal Macramé anda buscando sustituto para compartir piso. Lo ha dicho en el grupo de WhatsApp de la comunidad: “Necesito a alguien leal, estable y que no me monte una moción de confianza cada vez que quiera comprar un sofá nuevo”. Pero claro, ¿quién se mete en un piso donde ya han pasado tres candidatos en dos años? Eso no es un hogar, es un ministerio en crisis.
La moraleja de Maruja
El amor y la política funcionan igual: mucho hablar de confianza, de unidad, de estabilidad… hasta que alguien te deja con las cortinas a medio colgar y la nevera vacía.
Así que yo lo digo claro: nuestros vecinos franceses del 3ºC tienen problemas sentimentales. Y si no lo arreglan pronto, el edificio entero se va a enterar. Porque los gritos de pareja se oyen más que cualquier rueda de prensa.
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